Quiérete.
NO
bulimia. NO
anorexia.
Los relatos ganadores han sido los que a continuación se presentan. Disfruten de su lectura.
Un
verano con anorexia
23 de junio
Había acabado mi tercer curso de instituto y mis notas habían sido
excelentes; por ello, mi madre me había llevado de compras. Con
motivo del verano había un montón de ropa muy bonita y colorida:
bañadores, bikinis, pantalones cortos, blusas…Me llamó bastante
la atención un bañador de rayas azules y blancas con un flamenco.
Entonces me acordé de que la siguiente semana María, una amiga,
celebraba su cumpleaños en su lujosa casa con una gran fiesta en su
piscina, por lo que decidí comprarme el bañador del flamenco, un
pantalón corto y unas sandalias.
30 de junio
Era el cumpleaños de María y por fin estrenaba el bañador que mi
madre me había comprado la semana pasada. La fiesta empezaba sobre
las doce de la mañana porque nos invitaba también a comer. Me puse
el bañador, el pantalón y las sandalias y me fui. Me esperaba
Aitana al final de la calle; siempre íbamos juntas a todos lados
porque vivíamos en la misma calle. Tal y como nos dijo María,
entramos por la puerta de atrás, que daba directamente a la piscina.
Llegábamos temprano y no había nadie todavía. Estaba todo
precioso, María tenía una piscina enorme rodeada de un césped
verde y suave, y en él se ubicaba una mesa con batidos y platos para
cada uno de nosotros.
Llegó la hora de comer y María y su madre sacaron un montón de
comida de la casa. Me senté al lado de Aitana y de Lucía. Ellas
eran de poco comer, al contrario que yo. Apenas comieron, mientras
que yo comí sin parar, hasta que me di cuenta de que comían muy
poco a poco, y entonces paré porque me dio vergüenza comprobar que
era la única chica que comía tanto. Después de comer, algunas se
fueron a tomar el sol y las demás nos fuimos a la piscina porque el
agua estaba perfecta.
Volví a casa agotada, me tumbé en la cama y me quedé rápidamente
dormida.
7 de julio
Era sábado y no tenía ningún plan para salir. Mi madre preparó
una ensalada, una sopa y unos filetes de pollo. Todo tenía un
aspecto delicioso. Iba a comer igual que siempre pero me acordé de
la fiesta de María la semana pasada y de cómo las chicas no comían
prácticamente nada, y entonces decidí tomar solo una tazón de sopa
e irme a mi habitación, lo cual asombró a mis padres sobre manera
al ver que no había comido como acostumbraba a hacerlo otros días.
Pensaron que tal vez estuviera enferma. No le dieron mayor
importancia en aquel momento.
14 de julio
No había comido mucho a lo largo de la semana. Mis padres ya se
empezaron a preocupar y decidieron
llevarme al médico, aunque yo me negué en rotundo: no quería ir
porque había dejado de comer por miedo a engordar ya que todas mis
amigas estaban más delgadas que yo. Aitana vino a mi casa a
preguntarme qué me pasaba porque era verano y apenas salía de casa.
Me dijo que me veía más delgada, pero yo no la creí, estaba igual
que siempre. Solía comer poco de lo que mi madre ponía en la mesa,
pero ese día decidí no comer nada.
21 de julio
Mis padres no sabían qué hacer porque yo no paraba de adelgazar de
una manera escalofriante. Las chicas me hicieron una visita para ver
cómo estaba. Se quedaron muy sorprendidas al ver que había bajado
demasiado de peso, pero yo seguía creyendo (estaba realmente
convencida y decidida) que tenía que bajar mucho más porque me
seguía viendo gorda.
28 de julio
Aitana me visitaba todos los días y me decía una y otra vez que
tenía que comer, pero yo le decía que no quería porque me veía
gorda, que ellas estaban más delgadas que yo. No quería comer ahora
que ya había conseguido bajar de peso, aunque mi madre no se rendía
y todos los días me llevaba a la cama algo para comer. Fuera lo que
fuera yo lo rechazaba.
4 de agosto
Había sido una semana muy mala, no podía levantarme de la cama
porque cada vez que lo intentaba era como si la columna se me
partiera en dos. Mi cuerpo solamente era huesos.
Mis padres llamaron a un médico para que viniera a mi casa, me dijo
que si no comía algo acabaría deshidratada y moriría.
No quería morir.
Quise comer algo más que un yogur al día o una pieza de fruta, que
era lo que comía, pero no era capaz de meterme nada en la boca, era
como si mi mente rechazara la comida. Les dije a las chicas lo que el
médico me había dicho. Aitana se echó a llorar desconsolada y,
aunque Lucía y María no sabían ni qué decir, sus caras lo decían
todo: estaban realmente aterrorizadas. Me querían.
11 de agosto
Empecé a comer algo más, pero no mucho más. Aitana se pasaba los
días enteros en mi casa, dándome fuerzas y ánimos para que
comiera. Tanto su ayuda como la de mi madre fueron imprescindibles
para empezar a recuperarme porque me costaba la misma vida comer. Por
mucho que lo intenté, apenas subí de peso: unos dos kilos, no más.
18 de agosto
Mis padres decidieron finalmente llevarme a una clínica de
recuperación en la que se trataban a chicas y chicos, que, como yo,
sufrían la anorexia y la bulimia. Carolina, la chica que me ayudaba
a volver a mi peso, me contó su propia historia sobre la anorexia,
que era lo mismo que a mí me sucedía. Se recuperó con mucha
voluntad, me dijo que yo también tenía que tener voluntad e
intentar comer aunque fuera poco a poco. Me hacía terapia todos los
días para empezar a desechar de mi mente esos pensamientos que tanto
mal me habían hecho. La verdad es que me ayudó bastante saber que
su historia era tan parecida a la mía y que ella la había dejado
atrás.
25 de agosto
Las terapias y las ayudas incondicionales de mi madre, de Aitana y de
Carolina me ayudaron muchísimo. El verano estaba llegando a su fin y
de nuevo comenzarían las clases, pero aún quedaban un par de
semanas. Me gustó mucho que Aitana fuera todos los días a mi casa,
pero también me disgustaba y me entristecía porque no había
disfrutado del verano, así que me propuse a mí misma que antes de
que acabara del todo el verano me recuperaría lo suficiente para
poder invitar a Aitana a pasar un día en un parque acuático. Le
comenté la idea a mi madre y le pareció genial.
1 de septiembre
Todavía quedaba una semana para entrar al instituto. El médico me
visitó y me dijo que había evolucionado bastante en dos semanas.
Tenía razón: había evolucionado bastante en autoestima y ya no me
veía tan gorda como antes. Voy recuperando mi peso muy poquito a
poco, pero estoy en ello. Pensaba que no iba a superarla, que mi
mente se cerraría para siempre en la idea de no querer comer, pero
no fue así. Y, como le dije a mi madre, llevaría a Aitana a un
parque acuático.
7 de septiembre
Ayer le dije a Aitana que se quedara a dormir en mi casa. También
llamé a su madre para que le preparara un bolso con todo lo
necesario para ir al parque acuático. Mi madre nos levantó temprano
y Aitana no entendía por qué hasta que le dije que nos íbamos a un
parque acuático, ya que debido a mi anorexia no habíamos
disfrutado, ni ella ni yo, del verano. Se llevó una gran sorpresa,
fue a su casa a prepararse y yo me puse ese bañador que mi madre me
compró a comienzos del verano y que apenas había disfrutado. A mi
madre se le saltaron las lágrimas al verme otra vez con él puesto,
y, en cuanto Aitana llegó, nos fuimos a pasar un día alucinante y
extraordinario.
Adriana Delgado Estévez. 3º ESO
El mayor complejo de Cristina
Cristina estaba leyendo un libro que se acababa de comprar.
Transcurrido un rato, ya no le apetecía nada seguir leyendo, por lo
que se acostó en la cama y se puso a mirar fijamente el techo,
pensando en que al día siguiente iría a un nuevo instituto donde no
conocía a nadie. Se asustó un poco, pero se le pasó en seguida.
Al día siguiente se levantó a las siete y se empezó a preparar.
Desayunó, se vistió, se peinó, se lavó los dientes y preparó la
mochila. Su padre le dijo:
- Vamos, Cris, vas a llegar a tarde.
- ¡Ya voooy! – le gritó ella.
Cuando por fin llegó al instituto, se sentó en un pupitre vacío y
empezó a escuchar:
- ¿La has visto? Está más gorda que una foca. – Dijo una chica de pelo oscuro y ojos también oscuros.
- Ya ves, se podía poner a dieta. – Le contestó otra chica que estaba a su lado.
Cristina se sentía muy mal por los comentarios de sus nuevas
“compañeras”. Bajó la cabeza e hizo como si no las oyera.
Cuando salió, estaban esas dos chicas insultándola de nuevo, pero
esta vez no se escondieron, se lo dijeron a la cara:
- Tú, foca, te tendrás que poner a dieta ¿no?
- Sí, porque con ese cuerpo…
Cristina empezó a llorar y se fue de allí corriendo. Las otras dos
chicas disfrutaron viéndola sufrir. Cuando llegó a casa, fue
directamente a su habitación y se miró al espejo. Cristina era una
chica rubia y de ojos claros, siempre había sido una chica muy
guapa. Pero su mayor complejo siempre había sido su cuerpo, ya que
estaba un poco rellenita. Se veía muy gorda. Se dijo a sí misma
mirándose fijamente a los ojos que el espejo reflejaba:
- Debes cambiar, debes perder kilos, tienes que estar más delgada. Así, gorda, no vales nada.
- Cris, vamos a comer, hija.
- No me apetece, mamá.
Así llevaba ya varios días, sin apetito y sin intención de
llevarse nada a la boca. Había perdido muchos kilos, pero ella
seguía viéndose igual. Decidió no comer ese día, ni al día
siguiente, ni al siguiente. Su madre le dijo entonces:
- Cristina, estás muy delgada. Cuando me decías que ibas a comer, ¿qué hacías realmente?
- Simplemente no tenía hambre, mamá. Déjame, por favor. – Le contestó sin responder a la pregunta que su madre le había hecho.
Continuó sin comer nada durante días. Un día su madre la vio muy
pálida y le dolía todo el cuerpo, casi no se mantenía en pie, se
sentía muy mareada y sin energía. Sus padres, asustados, la
llevaron en seguida al hospital. El doctor les dijo con toda la
amabilidad y comprensión que pudo:
- Vuestra hija tiene anorexia.
- ¡No! ¡No puede ser!- Dijeron entre sollozos.
- Desgraciadamente, así es.
Después de un mes le dieron el alta. Sus padres quisieron saber qué
se le había pasado por la cabeza para hacer esa locura. Les contó
que en el instituto, el primer día, la insultaron por estar
rellenita y que siguieron haciéndolo durante días. Sus padres
denunciaron los hechos.
Cristina empezó su tratamiento. Tenía que ir al médico, al
psiquiatra y al nutricionista para que le controlara la alimentación.
Transcurridos unos meses, Cristina estaba casi perfecta. Le encantaba
su cuerpo. Pero lo más importante es que aprendió
a quererse a sí misma, con sus virtudes y con sus
defectos.
Clara Bizarro Domínguez. 1º ESO.
MARTA y el accidente
18 de octubre
Querido diario:
Hoy todo me ha ido bien. Me dieron algunas notas de los exámenes y
los he aprobado todos. Cuando llegué a casa se lo conté a papá y,
aunque lo noté preocupado, se alegró mucho. Mamá, con su trabajo
de modelo, apenas está en casa, pero cuando está, ella y yo nos
vamos al parque de atracciones o a algún musical y nos lo pasamos
muy bien.
28 de noviembre
Querido diario:
Hoy cumplo catorce años. Mamá y papá me prepararon una fiesta de
cumpleaños con todos mis amigos. Fue increíble.
Mamá se va mañana a Londres y yo no quiero que se vaya porque
ahora estamos muy unidas; ella me cuenta cosas sobre cómo es ser una
gran modelo, yo le cuento cosas que pasan en clase y nos pasamos las
tardes contando anécdotas que nos hacen reir.
29 de noviembre
Hoy no es un día feliz. Mamá marcha a Londres. Despertamos muy
pronto, le preparamos el desayuno y nos dirigíamos hacia el
aeropuerto. Íbamos cantando, ninguno de nosotros quería volver a
separarse otra vez. Tan solo quedaban diez minutos para llegar, pero
todo cambió en un segundo, solo recuerdo un golpe muy fuerte y se
hizo el silencio...Desperté en una cama de hospital. Estaba sola.
Completamente sola.
- ¿Mamá? ¿Papá? ¿Hay alguien? - susurré mietras mis ojos se
llenaban de lágrimas.
En ese momento entró una persona que llevaba una bata blanca:
- Marta, tranquila, estás en el hospital. Tuviste un accidente de
coche muy grave – dijo con la voz entrecortada.
- Pero ¿y mis padres?.
- Tu madre, Marta...ha...ha fallecido.
- No, no , no puede ser, mi madre no puede haber muerto, ella quería
ver cómo me convertía en una gran modelo – balbuceé entre
sollozo y sollozo.
1 de diciembre
Hoy me dieron el alta del hospital, donde había conocido a una chica
de mi misma edad que había pasado por lo mismo que yo varios meses
atrás. Se llamaba Celia y en estos momentos ella es la única capaz
de animarme.
Cuando he llegado a casa, me he encerrado en la habitación. Solo
quiero comer y llorar.
Dos semanas después
Llevo varios días en los que no paro de comer, solo como y
como...”Hija, prométeme que serás una gran modelo”...esta
frase rebota en mi cabeza cada vez que como en exceso, es decir,
siempre. Mi ansia por comer se está volviendo perjudicial para mi
salud, pero no me importa nada.
18 de diciembre
Sábado. Celia me despertó:
- Vamos, Marta, levántate, desayuna rápido y vamos a dar una
vuelta. Necesitas respirar aire puro, despejarte.
- ¿Qué haces aquí?
- No me has contestado a ninguno de los mensajes que te he enviado
desde ayer y por ello he decidido venir a buscarte y salir a dar un
paseo.
Hizo una pausa, miró a su alrededor con cara de preocupación y me
preguntó directamente:
- Marta, ¿todos estos envoltorios de comida no serán de esta noche
pasada, no?
- No, no te preocupes, no lo son – mentí.
Celia no me creyó, sabía que no era tan descuidada y desordenada
pero decidió callarse para saber por qué le había mentido.
- ¿Sabes qué? No desayunes, vístete y te invito a desayunar.
- Vale, espérame abajo.
Marta me esperó en el salón y cuando me vio bajar la escalera me
dijo:
- Marta, estás más delgada.
- No sé. Será por la dieta que mi madre me enseñó a hacer ante
de...bueno, de eso.
- Vale – me contestó sin dejar de mirarme a los ojos.
Durante el desayuno, Celia prácticamente me sometió a un
interrogatorio: “¿Todos esos envoltorios de comida eran tuyos?
¿Por qué están tan delgada si siempre has hecho esa dieta que
dices que tu madre te enseñó?”. Yo intentaba dar una
respuesta que la tranquilizase pero en realidad Celia tenía razón:
todos los envoltorios eran míos, estaba más delgada (eso dice la
báscula también)...
Tras terminar el desayuno, Celia comenzó a preguntarme si me pasaba
algo, si me encontraba bien.
- Sí, estoy bien. Solo estoy un poco mareada. Voy al baño.
- ¿Te acompaño?
- No, solo voy a echarme un poco de agua.
- Vale, no tardes.
Habían pasado cinco minutos y Marta decidió acercarse al baño para
ver qué estaba haciendo. Entonces no sabía que ella ya sospechaba
lo que me estaba sucediendo. Me escuchó cuando intentaba provocarme
el vómito tras haber desayunado bastante:
- ¿Qué haces?
- ¿Qué quieres que haga? Le prometí a mi madre que sería una gran
modelo y con esto que ha sucedido solo tengo ganas de comer. A este
ritmo acabaré engordando y no me dejarán cumplir mi sueño. El
sueño de mi madre.
- Marta, tienes un problema. Necesitas solucionarlo antes de ser
nada.
- Celia, tú lo ves todo muy fácil...
- Marta, yo he pasado por lo mismo que estás pasando tú, te lo
recuerdo. Solo quiero ayudarte.
- No tienes que ayudarme en nada porque no tengo ningún problema.
- Si no aceptas ayuda, poco a poco te irás consumiendo.
- Déjame, Celia, te he dicho que no necesito ayuda.
- Marta, no creo que a tu madre le gustara que su hija estuviera así.
No lo hagas por mí, hazlo por ella. Ella te quiere y no querrá que
estés en esta situación. Sí, ella quería que fueses una gran
modelo pero no de esta forma. Solo estás poniendo en peligro tu
salud. Por favor, date cuenta ahora antes de que sea demasiado tarde.
- Déjame, de verdad, Celia.
Me alejé y la dejé sentada mientras una lágrima corría por su
mejilla.
Tres semanas después
Han pasado tres semanas desde que ocurrió aquella conversación en
el bar. Celia ha intentado ponerse en contacto conmigo pero no quiero
hablar con ella. Por ello, decidió acercarse a mi casa y tocó
insistentemente el timbre hasta que le abrí la puerta. Cuando me vio
no supo cómo reaccionar. Estaba casi aterrorizada:
- Por favor, Marta, mírate. ¿Después de tres semanas no te has
dado cuenta de lo mal que estás? Mírate, tu peso puede ser el de
una niña de siete años. Vamos al médico.
- Yo me veo bien.
- ¿Te has mirado al espejo? - me dijo mientras me acercaba al gran
espejo que había en la entradita- ¡Mírate! Tú no estás bien,
estás realmente en peligro. Por favor, Marta, hazme caso, te estás
consumiendo. Tu madre no querría verte así. Ella te dijo que serías
una gran modelo y lo serás si pones solución a este problema. Si
apenas logras estar de pie sin apoyarte en la pared. ¿No lo ves?
En ese momento me desmayé. Cuando recuperé la consciencia le pedí
ayuda a Celia:
- Lo siento, Celia. Ayúdame. Intenté parar pero como
compulsivamente cuando me encuentro mal y luego no puedo evitar el
vómito.
Me abrazó y me prometió que saldríamos juntas de esto.
Empecé un tratamiento para poder recuperarme.
Una semana después
- ¿Por qué, Marta?
Efectivamente, Marta había muerto por su extrema delgadez. No había
seguido el tratamiento. Siguió vomitando y desencadenó su muerte.
Ella quería ser modelo, como le prometió a su madre, pero, al no
dejarse ayudar, acabó con su vida.
Paola Sánchez Mejías. 3º ESO.
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