Sentir miedo en determinadas situaciones es tan normal como respirar, sobre todo en aquellos ambientes tenebrosos y románticos que propician este sentimiento. Si bien, esos momentos se convierten en anécdotas que, con el paso del tiempo, nos gusta contar y recordar en reuniones familiares o en encuentros con amigos.
Escribe
una redacción de una cara donde narres alguna aventura en la que
hayas sentido mucho miedo. Explica qué te sucedió y cómo terminó. No olvides describir el lugar donde todo sucede.
Esta
historia sucedió en el año 2013 en Disneyland París, en unas
vacaciones familiares, donde mis padres, mi hermana y yo fuimos para
disfrutar. Todo ocurrió después de estar todo el día de una
atracción a otra. Después de comer, sobre las cuatro y media, mi
madre y yo nos fuimos al “Ascensor del terror”, mientras mi
padre y mi hermana fueron a dar una vuelta.
Esta
atracción fue una de las mejores. Al subir, después de una larga
cola, vino lo mejor: se cerraron las puertas, todo estaba oscuro y se
escuchaban sonidos extraños. Sin saber lo que nos esperaba, miré
a mi madre y estaba preocupada por mí, ya que el ascensor empezaba a
moverse y a descender. En ese momento se abría una puerta y un
hombre empezó a contar una historia de terror. Y de repente el
ascensor cayó a una velocidad de vértigo, la gente empezó a gritar
sin saber lo que pasaba. Esos minutos fueron los peores de mi vida. Y
por fin la atracción terminó. Al salir, mi madre y yo fuimos en
busca de mi padre y de mi hermana. Así terminó todo.
Daniel
García Rodríguez.
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¡Hola!
Me llamo Guillermo y os voy a contar mi historia de miedo.
Una
tarde de primavera salimos a dar un paseo por el Machío, un campo de
Zahínos, mis padres, mi hermano Álvaro, nuestro amigo Carlos y yo.
La excursión fue en coche hasta un llano, luego fuimos todos andando
hasta la Fuente de la Tacita y, después, regato abajo a los
Entalles. Todo el paisaje que íbamos viendo era precioso.
Por fin
llegamos a la Fuente de la Tacita. Todos se fueron a hacerse fotos a
los sitios de por allí. Yo, que soy muy curioso, me bajé a ver la
fuente, que tenía forma de cosita pequeña. Bajé los escalones y
abrí una pequeña puerta, entré mi cuerpo y mi cabeza dentro de la
fuente y de repente escuché:
TRRR…SSSS...TRSSSS…SSS…
Era
algo negro y volaba a toda velocidad. Pegué una palmada y salieron
dos bichitos. ¡Eran murciélagos!
Del
susto que me llevé me caí para atrás y me pegué un culetazo de
los que duele mucho el culo, empecé a llorar y a gritar de miedo.
Todo sucedió muy rápido. Cuando vinieron todos allí y me vieron
llorando en el suelo y con cara de susto, me preguntaron qué había
pasado. Les conté lo de los murciélagos. Se echaron a reir: eso te
pasa por excusado, joío.
Me
levanté todo sucio y empezamos a caminar todos juntos por un regato
abajo hacia los Entalles. Tenía miedo porque había galaperos en
flor y salían pajaritos y cada vez que salían me pegaba un susto
sin querer. Llegué a los Entalles por fin y me senté en medio de
una piedra grande y allí me relajé y me tranquilicé.
De vuelta al
coche, todos felices. Yo también. Al final mereció la pena. Fue una
excursión al campo muy bonita y todos la recordamos cuando nos hemos
vuelto a juntar para salir al campo o en momentos puntuales que he
estado con mi hermano Álvaro y Carlos. Pasé mucho miedo y dolor,
pero le saqué unas risotadas a los demás. Y yo, cuando lo recuerdo,
también me río.
Guillermo
Díaz Borrego.
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Cuando
yo era más pequeño fui con mis padres a visitar a una familia de
Alconchel. Estaba anocheciendo y vi una extraña luz que parecía
perseguirnos. Si el coche subía, la luz también subía; si el coche
bajaba, la luz también bajaba. Yo, que por aquellos tiempos veía
una película de OVNIs estaba muy asustado pensando si la luz podría
ser un OVNI y si serían buenos o malos. Yo creo que mis padres
también se dieron cuenta y no comentaron nada para no asustarme; yo
cada vez estaba más asustado pero tampoco dije nada.
No
sé si era por mi miedo pero el camino se me hizo interminable,
parecía que Alconchel estaba en el fin del mundo. Habíamos pasado
ya Higuera de Vargas, llevábamos un rato de marcha, por la carretera
solo íbamos nosotros, no pasaba ni un solo coche. En la película
eran luces de plasma y con un tarjeta se volvían de aspecto humano,
convivían con una familia. Su nave se había averiado y estaban
intentando repararla y en la Tierra obtenían la energía. Esto cada
vez se gustaba menos. Con una manta me arropé la cabeza para no ver
la luz. Mi madre me dijo que me quitara la manta de la cabeza y le
dije lo que me pasaba. Mis padres se echaron a reír, habíamos
llegado a Alconchel y descubrí que la extraña luz era la estrella
de Belén que lucía preciosa en lo alto del castillo.
Así
que me acordé de lo que me decía mi abuela siempre que no quería
ir a algún sitio porque me daba miedo:
“Un
miedo averiguado no es ná”.
José
Miguel Díaz Gata.
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Desde
muy pequeña he tenido pánico a las caretas. Os voy a contar cómo
comenzó todo.
Era
una mes de octubre muy frío (lo recuerdo porque estábamos
acurrucados mis padres, mi hermano y yo sentados en la mesa del
brasero). Estaba anocheciendo y tocaron a la puerta; rápidamente
salí corriendo hacia allí porque creía que era mi tía Caty. Ella
venía todas las tardes a vernos y yo estaba deseando verla siempre.
Cuando abrí la puerta vi unas caretas muy feas y yo empecé a
llorar. Entonces vino mi madre a ver qué pasaba. Eran tres niños
(eso lo descubrí más tarde) con unas caretas monstruosas: eran dos
caretas blancas y una, roja. Una careta era de un payaso asesino,
otra de un diablo sangriento y la última era blanca, completamente
blanca. Los tres niños iban con un mono de trabajo. Era Halloween,
así que venían pidiendo caramelos y decían “¿truco o trato?”
y se reían. Mi madre les dio caramelos y castañas.
Yo lloré tanto
que esa noche ni comí ni dormí, bueno, no dormí ni esa noche ni en
unas pocas noches más. Hasta hace poco tiempo me han dado miedo las
caretas. De hecho, este año ha sido el primer año que he ido al
desfile de Halloween. Nunca había ido porque creía que me iba a dar
miedo, pero he descubierto que no es para tanto.
Beatriz
Torres Megías.
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Cuando
era solo una niña de cinco añitos, creía que los muñecos y
peluches que había en mi habitación cobraban vida por la noche.
Todo esto me lo imaginaba porque había visto una película de miedo
una noche de invierno lluviosa y de tormenta. No bajé del todo la
persiana y, cada vez que había relámpagos, se iluminaba la
habitación y veía las caras de los muñecos. Sentía sobre todo
miedo del viejo payaso que me regaló mi tía Teresa y que ella
conservaba desde su infancia, de ojos grandes y una sonrisa
diabólica. ¡Qué miedo!
No
era capaz de dormirme y me levanté varias veces. Mi madre me dijo:
-
¡Vete a ka cama y no te levantes más!
Yo,
asustada, me fui a la cama y me arrebujé con las mantas como un
gusano de seda. La última vez que abrí los ojos se oyeron pasos por
mi habitación, risas...ji ji ji...en ese momento me agarré lo más
fuerte posible a mi almohada y notaba que alguien tocaba mi edredón.
Estaba temblando de tanto miedo como tenía. Entonces, de repente, me
desarroparon con un fuerte tirón...¡era el simplón de mi hermano!
Esther
Sequedo Rodríguez.
Muy buena iniciativa para que los niños se motiven para escribir.
ResponderEliminarSeguid así!!!!!
Es curioso ver cómo se tiene miedo a lo desconicido y cómo se recuerdan esos momentos. Pero,cómo dice la abuela de Josė Miguel,un miedo descuento no es nå. Enhorabuena,son todas unas historias fantásticas y la ilusión y las ganas con las que están hechas,son merecedoras de elogio.
ResponderEliminarHoy cuando iba para Badajoz, a pesar de ser de día, me acordé de la estrella de José Miguel...jiji
ResponderEliminarPuede que esta noche nos cueste conciliar el sueño después de leer estos breves,pero intensos,relatos.
ResponderEliminarNo se...pero yo no tengo hoy mucho interés en irme a dormir...¡¡Qué mieeedoooo!!
Las vivencias con miedos son muy bonitas y graciosas . Gracias por motivarlos estan encantados y con esa ilusion buena de seguir haciendolo bien
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